En medio de situaciones de pobreza, guerras y epidemias letales, Lillian afrontó cada día con un corazón confiado, ejemplificando la vida que ella esperaba que un día vivieran sus hijos en sus hogares. Durante cincuenta años de avatares, la madre del Nilo cuidó miles de niños necesitados, con una fe inquebrantable en el Dios que ciertamente se preocupa de los huérfanos.